¡Hola! brrrr ¡qué frío! ¿Qué tal un poquito de música para entrar en calor? Hoy os quiero hablar de un tema que siempre da lugar a discusiones cuando no se está inmerso en el ámbito musical, seguro que a muchos os sonará eso de…
– ¿El director de orquesta? ¡Pero si ese no hace ná, solo mover un palito!
Pues va a ser que no porque la figura del director de orquesta, para muchos desconocida, es más que mover un palito y hacer que la orquesta suene sin fallos. Este señor (o señora) se convierte en el hilo conductor de la identidad propia de un sonido, haciendo de una masa de colores uno solo perfectamente identificable. La labor del director de orquesta o de un conjunto coral entre otros es aunar la masa sonora de muchos interpretes en un sonido con carácter propio y único. No es lo mismo tocar un pasaje en casa que tocarlo bajo una dirección musical, ya que en casa podemos aplicar las pautas que nos de el director y aplicar los nuestros propios pero en un ensayo, con la lección aprendida el músico se entrega por completo a la dirección. Cuando vais a un concierto, la música es algo contínuo, con un principio, un climax y un fin pero … ¿Qué ha sucedido para llegar hasta ese punto? Nada más y nada menos que una conexión con el interprete que aunque parezca sencilla no se produce de forma inmediata ya que son horas y horas de ensayos. Por ello, la obra se va montando por secciones armándola como si fuera una muñeca rusa, desde lo superficial a lo más profundo, sacando de cada lectura muchas más a cada cual más densa e íntima.
Así cada ensayo se convierte en un diálogo entre intérprete y director, en el cual mediante las explicaciones pertinentes se añaden los sentimientos más profundos a la música (es por ello el efecto partitura garabateada ¡un lápiz nunca debe faltar en un ensayo!). Porque pensándolo bien, y creo que es así por mi experiencia musical, en un ensayo los sonidos se explican ¿Y cómo explicar un sonido si para cada persona éste se puede interpretar de una manera diferente? ¡Ah! Ahí está lo mejor, para mi, es a lo que llamo “sacar un sonido”, esto es, un sonido que sin variar su altura varía su carácter mientras se toca o se canta, dándole un carácter tan propio y único como es el instante en el que se une música y alma. Pienso que quizá cuando se dice eso de que la música es la expresión del alma, no falta razón, porque son cosas que no se pueden explicar, pero que están ahí inherente a nosotros y a nuestro propio significado. Si la dirección musical es un proceso de ensayos en el cual los músicos pasan un proceso para captar el sonido propio , ¿Qué hacer cuando sobran las palabras? En ese momento, el director se convierte en los ojos de la música, sustituye las palabras y sus gestos se convierten en la identidad musical en la que ha trabajado tantos meses creando entre el y los músicos una relación única que se impregna en la interpretación de una obra, como si de un gran instrumento musical se tratase.
Suena bien ¿verdad?¿Queréis sentirlo también? En vuestra formación coral más cercana lo encontraréis (yo solo lo dejo caer) 🙂
¡Hasta el próximo artículo!
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¡Misterio resuelto! 😀 😀 😀 No solo mueven el palito 😉
También les sacan fotos en poses chulas 🙂
😀 😀 😀 Algunos salen muy “desmelenados”.
Pero sea como sea, te acaban hipnotizando con el movimiento de sus manos y te hacen sentir ese in crescendo tan especial en la barriga y en el alma 😉